No me caben más domingos

IMG_20161123_140009

En voz baja, me leo hacia atrás y entiendo por qué no me entraban más domingos, hasta que logramos convertirlos tras dos años bastante trabajados, bastante espontáneos. Quiero que sepas que, por primera vez, alcé la voz y leí esto frente a desconocidos.

Era de día, el olor a vino olía a reposo y seguíamos en ese departamento extraño, manteniendo discusiones sinsentido con desconocidos. A ti tampoco te conocía, pero estabas bajo esas circunstancias conmigo, no con el resto de los anónimos. Porque, bajo esas circunstancias, lo eran: te reto a que me digas el nombre de alguno. Fueron tus arranques de niño despreocupado los que me llamaron la atención desde el principio, los que te pusieron una marca distintiva en mi cabeza. La comisura gatuna de tu boca es un tema que hoy no viene al caso. Me gustó que desdibujaras las situaciones para vivir tranquilo. Desdibujaste todo y, sin conocerme, estabas conmigo sumergido en la extrañeza que provocaba ese departamento, esas caras que, hasta el día de hoy, somos incapaces de recrear en nuestros dibujos imaginarios.

A mí, lo niña se me escapó entre sábados y domingos, aunque me atrevería a afirmar que fui más de domingos. Los domingos convertían todo, daba lo mismo el día en curso: yo por completa era un montón de domingos comprimidos que cabían apenas en un cuerpo tan pequeño. Fue allí donde empezaron mis problemas con la noción lineal del tiempo y con las ansias de vivir el momento únicamente porque se convertiría en nostalgia. Aferrarme a las nostalgias era tremendo consuelo para una cabeza tan revuelta, considerando los pocos años de uso que llevaba encima. Sentarme a recordar me entusiasmaba y entrecortaba el sueño. Sigo sin poder retomarlo.

A los siete años, descubrí que era estrictamente necesario decantar mis intensidades de un modo complementario a la vieja técnica de sentarme a recordar. Así que al recuerdo le siguió la escritura. Siempre fue veloz. Cuando descubrí que la velocidad vertiginosa de mis pensamientos era la gran culpable de mis tantas torpezas, empecé a desconfiar de mí. Supongo que no soy únicamente extensiones de infancia: a lo niña-domingos se le sumaron los miedos.

Recuerdo mi niñez
cuando yo era una anciana
Las flores morían en mis manos
porque la danza salvaje de la alegría
les destruía el corazón

Recuerdo las negras mañanas de sol
cuando era niña
es decir ayer
es decir hace siglo.

Siglos después, durante esa tan excedida como extensa borrachera, el desconocido de turno me dijo: publica. Intenté responder, pero él me interrumpió: publica. Nunca me había leído y eso daba lo mismo. A propósito de nuncas, había llegado incluso al punto de prometerme a mí misma nunca publicar un poema. Al día siguiente, volví a mi casa a poner en circulación el primer poema escrito de adulta, tal como hacía antaño, antes del tan terrible miedo al juicio. Nos sucede a los torpes conscientes de nuestra torpeza cuando nos vemos expuestos. Permití que una delgada capa de domingos envolviera mis desastres, la sentí tibia. Me dejé arrastrar y pisotear hasta que entré en calor. Una vez más, dejé de dormir. Escribí tanto, tan rápido, que no fue inmediato el descubrimiento de un desconocido habitando mi cama. Se apoderó de ella para pasar todos los días por domingo, todos domingos porque así se nos extiende la infancia desarmada; que olvidamos a trancos dormidos y revivimos a través de la inmensidad de una nostalgia enfermiza.

4 respuestas a “No me caben más domingos

  1. Te extraño tanto,
    El cotidiano
    Humorada orgánica
    De tanto material.
    Crítica profunda
    A tanta imbecilidad.
    Te extraño tanto,
    Qué a veces, aunque extrañas
    Igual te considero querida.
    Por mis escapes y arrebatos, que son casi un cotidiano.
    Te extraño y te quiero tanto.
    💜

    Me gusta

  2. Había prometido leer tú literatura y no el vómito pensativo en redes sociales.
    Me gusta como escribes, lo que imagino cuando lo leo y las ganas de seguir leyendo más cuando acabé.
    Gracias.

    Le gusta a 1 persona

    1. ¡Hola, Emilio! Pucha, soy la más pésima ficcionalmente hablando. Ni me nace, ni me queda bien cuando la fuerzo: nada que hacer. Cuando se te ocurra otra casualidad, por fa escríbeme otra vez 🙂 Saludos, compa, ¡que le vaya bonito!

      Me gusta

Deje un comentario